Este año cumplí 37, y decidí celebrarlo de una forma distinta. Pasé el día con mi pareja, almorzando y paseando tranquilamente. Más tarde, tomé mi bicicleta y, junto a mi hermano y amigos, aproveché la carretera despejada entre Santiago y Valparaíso para pedalear toda la noche, por segunda vez. Fue una experiencia desafiante, pero muy satisfactoria.
Desde hace tiempo había pensado en no celebrar mi cumpleaños como lo hacía desde los 18 años: reuniendo a familia y amigos para recibir diciembre con calor, risas y muchas historias compartidas. Sin embargo, organizar mi cumple siempre era un trabajo intenso: las compras, coordinar qué se va a comer, bebida, espacio... Al final, aunque lo disfrutaba, terminaba agotado intentando pasar tiempo con todos.
Este año, la cicletada fue el principal motivo para no organizar mi cumple como los anteriores. No podía hacer ambas cosas, y aunque pensé en posponer el festejo, los tiempos de agenda se complicaron.
Otra razón fue el cambio que se avecina: en dos meses seremos padres. Los saludos de cumpleaños reflejaron ese nuevo capítulo: "Disfruta tu último cumpleaños sin hijos", "Se viene un año lleno de cambios caóticos y hermosos". Aunque las palabras eran bien intencionadas, escuchar tantas veces lo mismo fue un poco abrumador.
Revisando fotos del último cumpleaños que celebré con amigos y familia, siento que fue perfecto. Este año fue diferente, pero también especial. Quizás la mejor lección es que celebrar no siempre tiene que ser lo de siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario